24 marzo, 2010

Como Caracol



Imagina este escenario: llegas a un restaurante de Fast Food que apesta a fritura, te formas en la fila mientras lees qué paquetes hay. Llegas a la caja y la chica te dice un poco fastidiada lo que repite de memoria a cada cliente. Al final, te pregunta sin sonreír si quieres el tamaño grande por sólo 2 pesos más. Pone la charola frente a ti con la comida envuelta en cajas de cartón, las salsas en pequeñas bolsitas y el refresco sacado de máquina. Después de que pagas, te da las gracias cuando ya está mirando al cliente que está detrás de ti. Te sientas en una mesa de plástico, muy cerca de una señora que, resignada, se come lo que pidieron sus hijos y que después botaron para poder ir a los juegos cuanto antes. Usas las manos para comer, te ensucias. El mantel de papel se pone transparente después de absorber la grasa de la comida. No tardas más de 30 minutos en acabar, tomas la charola y la dejas sobre un mueble. Te sientes satisfecho pero ¿Realmente comiste a gusto?

Ahora imagina esto: llegas a un restaurante de ambiente familiar con tus amigos. Te sientan en una mesa que asemeja a la del comedor de tu casa. Te dan el menú que está lleno de opciones gastronómicas regionales y explica con detalle los ingredientes de cada plato, es más, te hace saber la región de la cual vienen los ingredientes asegurándote que son frescos y, seguramente, comprados ese mismo día. Además, están cultivados de forma respetuosa hacia el medio ambiente. En el menú hay entradas, primeros platos, platos principales, postres, bebidas digestivas, vinos, etc. El mismo chef se acerca a tu mesa para recomendarte con qué tipo de vino puedes acompañar lo que ordenaste. Antes que nada, te sirven el vino, lo degustas, lo apruebas y lo sirven a los demás. Quedas sorprendido de la forma tan atractiva en la que está presentada lo que ordenaste. Comes junto con tus amigos tranquilamente teniendo una excelente conversación. Al final, te sirven un digestivo o un caffé macchiato. Estás tan a gusto que se quedan platicando más tiempo aún sin seguir comiendo. Salen satisfechos del restaurante y con una agradable sensación por haber pasado un momento de placer y de calidad.

La 2da. situación se llama “Slow food” y se creó en Bra, Italia, en 1986, siendo una corriente contraria a la que crecía en América (el Fast Food). Su símbolo es un caracol, representativo de la lentitud. El objetivo de éste: que las personas aprendan a disfrutar y degustar, que vivan una experiencia de placer alrededor del momento de la comida o cena. Los comensales seguidores del Slow Food se convierten en Gourmets, es decir, en catadores y degustadores, conocedores de gastronomía.

Ante nuestra cultura actual demasiado acelerada, en donde muchas veces no somos capaces de disfrutar de los momentos que deberían de ser placenteros, el Slow Food promueve calidad de vida poniendo como prioridad el tiempo y la salud de los comensales. No tenemos que tener los mismos gustos por la comida en todo el mundo, esto no debe de globalizarse. Actualmente, puedes encontrar el Slow Food en más de 104 países. Las cedes locales de éste movimiento fuera de Italia se llaman “Convivium”.

El movimiento Slow tiene una excelente filosofía: se trata de saborear la vida y encontrar un equilibrio. Las mejores cosas de la vida no tienen porqué hacerse deprisa. La tecnología debe de ahorrarnos tiempo, no atraparnos. Practica un hobby, no veas el reloj los fines de semana, compra productos orgánicos y regionales, come tranquilamente un platillo casero y disfruta de la conversación mientras lo degustas, no quieras hacer varias cosas a la vez, es decir, vive como caracol.

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